Ayer no me quise poner la ropa de RUNNING de siempre, probé a quitarme la que llevo a todas horas cosida a mi piel.
Me
senté en el borde de la cama, alcé los brazos y empecé primero con la capa más
externa la que ronda los cincuenta, dejando con ella el reloj-gps y el
pulsómetro; seguí con la de los cuarenta y eliminé la planificación, los proyectos
y la presión; sentí que todavía me quedaba la camiseta interior de los treinta,
dibujada con grandes y absurdas metas; y llegué a los restos de la última, la
de los veinte, apenas visible, pero que aun así me apretaba, aparqué la
incertidumbre y el despiste.
Y
de repente noté que apenas estaba vestida, me sentí ligera, llena de ENERGÍA y
vida. Observé mi imagen de diez años en el espejo, sonriendo, alegre, con la mirada
llena de sorpresa.
Me
puse las zapatillas y salí a correr sin rumbo, ahora trotando ahora acelerando,
ahora saltando, dejando que la niña que había dentro de mi simplemente
DISFRUTARA DEL CAMINO.
Y
me gustó tanto y fui tan feliz que he decidido repetir y probarlo, no sólo en
el RUNNING, sino también en mi día a día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario